¿La memoria es transferible? ¿Lo que recuerda una persona puede ser análogo al recuerdo de una generación? Este libro nos lleva a conocer los recuerdos de uno de los mejores escritores de su generación y al mismo tiempo que disfrutamos de su literatura podemos disfrutar de las poderosas imágenes que evoca.
Opinión Personal:
Hacía tiempo que quería leer algo del autor, había leído reseñas super interesantes de sus obras y me llamaba muchísimo la atención todo lo que se dice por ahí de sus libros. Gracias a Masa Crítica Argentina de Babelio recibí este libro. Mil gracias a Babelio y a @edicionesgodot por hacérmelo llegar.
La propuesta del libro es interesante, plantea la idea de que nuestra memoria puede estar conectada a los recuerdos que compartimos con las personas de nuestra misma generación y que a través de los recuerdos de una persona podemos acercarnos a algún tipo de modelo general de las vivencias de una época.
La edición es hermosa, me encantó la portada y ame la ilustración
del autor que está en las primeras páginas. Muy lindo el detalle de que algunas
fotos acompañen la lectura. Se lee muy rápido porque no supera las 100 páginas,
pero es mejor leerlo lento para darle a cada recuerdo el tiempo necesario que
nos permita conectar con las vivencias propias.
Martín lleva al lector a un viaje a los recuerdos de su
infancia, leer este libro me llevo a recordar historias que cuentan mis padres
(que son de la misma generación que la del autor), y fue muy lindo encontrar
que algunos de estos recuerdos eran algo compartido por ellos.
Yo soy de otra generación, y aún así pude sentirme
identificada con algunos de los recuerdos del autor. De alguna manera la
lectura me llevo a poder recordar en paralelo mi propia infancia y abrazar
algunos recuerdos que se mantenían hasta hoy escondidos en algunos rincones de
mi mente a los que hacía tiempo que no volvía.
Los recuerdos de Martín lograron despertar muchas emociones
en mí; lo leí en tres noches y en ninguna me falto la risa ni las ganas de
agarrar un par de hojas y escribir algunos de mis recuerdos para retenerlos un
ratito más conmigo.
El libro es una lista de recuerdos que seguramente fueron
escritos en el orden que aparecían en la mente del autor, por eso leerlos se
siente natural, porque no se percibe una intención forzada de ordenarlas de manera
cronológica. Al final el lector puede sentirse identificado en esta manera de encontrarse
con los recuerdos, que no son más que fragmentos de memorias que viven en
nuestro interior esperando que las busquemos para reconocernos en el pasado, en
quien fuimos y que no dejo de crecer para llegar a la persona que somos hoy.
Calificación: ★★★★★
Frases destacadas:
Eduardo Gottlieb le hizo creer a su hermana más chica que la
palabra “monstruosity”, cantada por Queen en Rapsodia bohemia, significaba en
ingles “Débora tonta”.
Un día en el colegio David Wolfsohn dejamos atado en un
banco a Sergio Moquilevsky para que no pudiera salir al recreo y se lo
perdiera. Tratando de zafarse, cayó de costado y se golpeó.
En un recreo durante el tercer grado me hice un poco de
caca. La dejé salir por la botamanga del pantalón y me alejé del lugar.
De visita para almorzar en lo de Hernán de al lado, me comí
ocho milanesas. Más tarde mi mamá toco el timbre para disculparse.
A veces la profesora de guitarra se ponía a tocar y cantar
muy bien la misma canción que yo acababa de tocar y cantar muy mal. Yo sentía mucha
culpa. Ahora pienso que lo hacía a modo de desagravio.
Mi papá a veces ponía música y tocaba el bongó. Mi mamá
protestaba. “Él descarga tensiones”, decía, “pero yo cargo”. Si repetía la
frase, mi papá apagaba la música, dejaba el bongó y se encerraba en su habitación,
en general dando un portazo.
Mi perra se llamaba Yenny. El perro de la vuelta montó a
Yenny, o se montó en Yenny, y la preñó. Yo no lo vi, mi mamá lo contaba, entre risas.
Día de la madre. Mi papá compra de regalo una cafetera Atma.
Mi mamá se enfurece: dice que eso no es un regalo para ella, dado que él
también toma café. Discuten fuertemente.
“No me gusta lo que vi”, dijo mi abuela Dina, una vez que
presenció cómo mi papá me daba una paliza.
Una discusión perdida. Mi papá me retó por decir malas
palabras en la calle, mientras jugaba a la pelota, y yo alegué que “orto”
significaba “suerte” y no era ninguna mala palabra.
Apretar el celofán del envoltorio de los chocolatines Jack,
para tratar de adivinar cuál era el muñequito de traía de regalo.
Chupar los confites Sugus hasta hacer que la cobertura se
ablandara. Contenerse, no morderlos antes.
El primer álbum de figuritas que pude completar. El premio:
una pelota número cinco, de cuero. Regreso a casa, con la pelota, después de
haber hecho el canje. La sensación de que habría preferido quedarme con ese objeto
único, tal vez irrepetible, imposible de comprar: un álbum lleno.
La noticia de que los sifones de soda podían llegar a explotar.
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